La tecnología financiera pone en
jaque a los bancos, que no pudieron o supieron desarrollarse con más rapidez y
eficacia.
Aplicación de pagos con tarjeta a través del teléfono móvil.Carlos Rosillo
Imaginen por un momento una situación cotidiana del
futuro, pedir a nuestro asistente virtual (llámese Siri, Alexa, Google Now o
Cortana) que realice una subasta en internet de una motocicleta de segunda mano
(o de cualquier otro producto o servicio) y, una vez la tenga, realice una
segunda subasta de un préstamo para financiarla. Ambas operaciones se harán en
segundos, con diferentes ofertas ajustadas al perfil del que da la orden (que
el asistente virtual conocerá perfectamente). Habría otros muchos ejemplos
tales como “quiero bajar el coste de mis tarjetas”, “quiero cambiar mi seguro
de coche”, o “quiero modificar el perfil de mi cartera de acciones”. Siendo una
realidad ya hoy, la clave es cuánto se tardará en que sea lo habitual.
En ese escenario, los bancos y otros proveedores
financieros convencionales participarían meramente ofreciendo sus productos
estandarizados a esa plataforma, con la consiguiente pérdida de buena parte de
la relación con el cliente y de los ingresos asociados con ella. Ese “cuánto”
es una contrarreloj del sector financiero que, además de los desafíos de corto
plazo (impacto de la covid) y de largo plazo (entorno de tipos negativos o
ultrarreducidos), necesita responder a las grandes capacidades de inteligencia
artificial y experiencia de usuario de las bigtech.
Estas empresas hasta hace poco no podían conocer
nuestros datos financieros o si habíamos dejado de pagar un recibo de hipoteca.
Todo cambió con la llegada de la Directiva de Servicios de Pago conocida como
PSD2, por la que podemos autorizar a nuestro banco a que facilite nuestra
información a otros proveedores, incluidas fintech y bigtech. Las
entidades financieras pueden estar perdiendo la gran ventaja informativa que
atesoraban y que quizás no pudieron o supieron desarrollar con más rapidez y
eficacia, por su modelo más basado en relaciones presenciales y por los
esfuerzos de reestructuración y normativos tras la crisis financiera.
Sea como sea, las grandes tecnológicas hoy capturan
numerosos datos (geolocalización, búsquedas, relaciones sociales) y también
tienen ya acceso a los financieros gracias a la PSD2. Combinación que les
concede una gran ventaja competitiva y les sitúa en disposición de ofrecer
productos más ajustados a nuestras preferencias. La banca está intentando
contrarrestar con sus mayores habilidades en la gestión financiera y con
crecientes capacidades de inteligencia artificial. En este ámbito, una historia
de éxito reciente es Bizum, un producto “tecnológico” de pagos.
Las finanzas vivirán la paradoja de ser más a
medida y, sin embargo, con menor contacto humano. Los bancos tradicionales
afrontan competencia horizontal (entre operadores tradicionales) y vertical de
otros sectores (tecnológicos, comunicación). El campo de juego no está aún
definido ni equilibrado. No existen protocolos regulatorios claros para que las
bigtech compartan sus datos, algo necesario para garantizar la pugna
competitiva en actividades basadas en la información, como la financiera. Los
árbitros están ajustando las reglas conforme se juega el partido. La seguridad
—riesgos y estabilidad financiera— depende de nuevos factores como la
privacidad y la protección de datos. Cada cual cuenta con sus habilidades, pero
lo único que parece claro es que el futuro de la banca es incierto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario