domingo, 22 de enero de 2023

La lucha mundial por el dominio tecnológico

 El exdirector ejecutivo y presidente de Google/Alphabet llama a la revisión de la agenda tecnológica, a partir de la influencia de potencias como Estados Unidos y China.

Eric Schmidt preside la Comisión de Seguridad Nacional sobre la Inteligencia
Artificial de Estados Unidos. (Photo by Alex Wong/Getty Images)
Foto: Getty Images - Alex Wong

El año que pasó renovó viejas enseñanzas sobre la competencia entre grandes potencias, pero también introdujo otras nuevas sobre el modo en que la tecnología está cambiando el ámbito estratégico. Ya no hay ninguna duda respecto del reto que China, Rusia y otros regímenes autoritarios plantean al Estado de derecho internacional, al respeto de la soberanía, a los principios democráticos y a la libertad de las personas. Estas amenazas crecieron al poner China y Rusia nuevas tecnologías al servicio de la vigilancia poblacional, la manipulación de la información y el control de los flujos de datos. Están dando un ejemplo de cómo pueden los autócratas intensificar la represión de la libertad de pensamiento, expresión y asociación.

Tensiones geopolíticas en aumento se unieron al avance creciente de tecnologías disruptivas sobre todos los aspectos de la vida pública y privada. Las implicaciones para 2023 y después son claras: las plataformas tecnológicas del futuro son el nuevo ámbito de la competencia estratégica. De allí el interés de Estados Unidos en garantizar que estas tecnologías las diseñen, construyan, desplieguen y gobiernen las democracias.

Ucrania, una ventana hacia el futuro

La resistencia de Ucrania (con importante apoyo de otras democracias) contra la invasión rusa es un ejemplo concreto del modo en que la tecnología está transformando la geopolítica. Un país conectado y experto en tecnología consiguió organizarse en poco tiempo para dar batalla a un adversario mucho más grande, que al principio parecía tener una superioridad militar aplastante. Ucrania está ganando la primera guerra ciberconectada de la historia, porque supo aprovechar las innovaciones en software y maximizó el uso de tecnologías abiertas y modos de operación descentralizados. Sus capacidades tecnológicas están integradas a través del acceso ininterrumpido a internet.

Ucrania también ofrece un atisbo de cómo podría ser una democracia tecnificada: servicios basados en la nube ofrecen al gobierno una conexión directa con la ciudadanía, sobre todo a través de dispositivos cotidianos, como los teléfonos personales con software de encriptación y privacidad incorporado. Líderes políticos y funcionarios, jóvenes e innovadores, trabajan codo a codo con una talentosa fuerza laboral tecnológica para poner fin a décadas de esclerosis burocrática. Si Ucrania puede innovar en medio de una guerra, todas las demás democracias pueden y deben hacerlo también.

Grandes y pequeñas empresas de todo el mundo democrático han colaborado con la transformación ucraniana centrada en la tecnología, convirtiéndose al hacerlo en importantes actores estratégicos por derecho propio. Se apresuraron a proteger la información financiera y gubernamental crítica de Ucrania transfiriéndola a la nube; dieron advertencia de los ciberataques rusos y respuestas contra ellos, y ayudaron a mantener a los ucranianos conectados entre sí y con la red global, para que el mundo supiera de las mentiras de Rusia, de sus crímenes de guerra y de sus derrotas militares. Sin este ecosistema más amplio y el acceso a las plataformas tecnológicas, el conflicto podía tomar una senda muy diferente.

Pero imaginemos ahora un futuro en el que Estados autoritarios controlan las tecnologías y las empresas que supervisan el acceso a las redes, protegen esas redes de ciberataques, construyen infraestructuras digitales críticas, deciden qué mensajes censurar y manejan los flujos de datos confidenciales. Sería un mundo de coerción política e invasión de la privacidad individual, en forma sistemática, en el que ya nada quedaría de las protecciones básicas para la libertad de expresión. Ni los ucranianos ni ninguna otra democracia tendrían el control de su propio destino.

Debemos tomarnos en serio el éxito de China en la exportación a clientes de todo el mundo de soluciones de red integradas que combinan hardware, software y servicios. Estas soluciones extienden la esfera de influencia del gobierno chino y le dan una ventaja sobre Estados Unidos y otras democracias no solo en la carrera tecnológica, sino también en la contienda geopolítica más amplia. No se puede dar por sentado que las ventajas de las empresas occidentales en áreas como la tecnología de nube, los centros de datos y las redes sociales se mantendrás por sí solas.

Un buen ejemplo es el vertiginoso ascenso de TikTok, con los problemas de seguridad nacional que supone. Las incursiones de China en tecnofinanzas, comercio electrónico y otras plataformas (construidas sobre redes administradas por empresas chinas y que se ejecutan en hardware fabricado dentro de China o bajo su sombra) son un preanuncio del grado de competencia que traerá el futuro.

Enseñanzas para las democracias

Los retos para la formulación de políticas en las democracias son claros. En primer lugar, debemos abandonar la postura de no intervención estatal en el desarrollo tecnológico. Los peligrosos cambios descritos antes se produjeron en un momento en que Estados Unidos mantenía una política de laissez faire de cara a la estrategia tecnológica. En áreas importantes referidas al hardware, al software y al desarrollo de redes, Estados Unidos y sus socios tuvieron que salir a responder desde una postura defensiva; aquí sirven de ejemplo la campaña liderada por Estados Unidos contra la ventaja inicial de Huawei en tecnología 5G, la inyección conforme a la nueva ley de chips de US$52.700 millones para la producción de semiconductores en Estados Unidos (que otros países de Occidente han copiado) y el tardío esfuerzo de Estados Unidos para desarrollar una estrategia nacional integral en el área de la inteligencia artificial (IA). Estas medidas reactivas evitaron un desastre, pero no bastan para alentar optimismo respecto de nuestra preparación para el futuro.

En segundo lugar, Estados Unidos y sus socios deberán identificar cuáles son los “chips del futuro” y orientar la política pública en consecuencia. Necesitamos un modelo público privado reproducible para el desarrollo y la ejecución de una estrategia tecnológica nacional a largo plazo. Los riesgos (políticos y económicos) de la inversión pública a gran escala en sectores específicos no son nada en comparación con los riesgos de ceder funciones tecnoindustriales claves a un rival estratégico o dejarlas en una condición de vulnerabilidad extrema a interrupciones de las cadenas de suministro.

Estados Unidos y sus aliados están yendo en la dirección correcta al alentar más extracción y procesamiento de los minerales que serán esenciales para crear las tecnologías del futuro. Pero puede haber otras industrias que merezcan más atención e inversión. Por ejemplo, Occidente debería preocuparse por el dominio chino en las cadenas de valor del área de las baterías y los paneles solares.

En tercer lugar, Estados Unidos y sus socios deberán identificar las próximas estrategias de compensación tecnológica (tech offsets) y acelerar el desarrollo y despliegue de esas tecnologías. Intentar replicar todas las bases de fabricación tecnológica dentro de la órbita democrática no es realista y puede ser demasiado costoso. En vez de eso, Estados Unidos y sus aliados deberán hacer inversiones coordinadas en las tecnologías que impulsarán la próxima ola de desarrollo económico. Veo en la biomanufactura y en otras técnicas de fabricación avanzadas áreas excitantes en las que los actores más competitivos que den el primer paso pueden distanciarse del resto. Del mismo modo, avances en energía de fusión basados en la IA pueden ofrecer una senda nueva hacia la tecnología limpia, con enormes derivaciones estratégicas.

Finalmente, las democracias deben conservar el optimismo respecto de la capacidad de las nuevas tecnologías para proveer oportunidades y beneficios imprevistos. Me preocupa la posibilidad de que por perder de vista las promesas de la IA, de la biotecnología y de otras tecnologías emergentes (o prestar atención solamente a los retos que plantean y tenerle demasiado miedo al riesgo), un exceso de regulación nos lleve a renunciar al liderazgo competitivo y nos meta en un callejón sin salida estratégico. Nadie niega que el poder de las plataformas tecnológicas plantea profundos desafíos éticos, económicos y políticos, cuya solución demanda respuestas sistémicas y no ad hoc. Pero debemos confiar en que las democracias tienen medios para hallar un equilibrio entre la innovación, la regulación y otros intereses nacionales en sectores disruptivos.

La sociedad civil, los gobiernos y las empresas de todo el mundo democrático son muy capaces de encontrar un modo equilibrado de manejar estas tecnologías. En cambio, los Estados autoritarios no tienen una capacidad de gobernanza equivalente, ni ningún control a la explotación estatal de las plataformas tecnológicas en formas que violen los derechos humanos, sea para extender su alcance geopolítico o debilitar a sus enemigos. Ganar la competencia de las plataformas no resolverá difíciles debates que hay en las sociedades democráticas respecto de cómo gobernar la tecnología, pero es un requisito para poder tener ese debate en primer lugar.

Hacia una agenda tecnológica

La agenda que aquí sugiero demandará liderazgo nacional y organización sistemática. Estados Unidos y otras democracias ya han confrontado desafíos similares, por ejemplo durante la carrera espacial de mediados del siglo XX (que todavía continúa).

Pero no podemos reaplicar el manual de la Guerra Fría a esta nueva era. Tenemos que adaptarnos al surgimiento de nuevos actores en lo referido a innovación y financiación en el área de la tecnología, del crowdfunding al capitalismo de riesgo. Debemos aceptar el hecho de que el mundo seguirá atravesado en todas las direcciones por cadenas de suministro de tecnología y por redes creadas por las universidades, los investigadores y las empresas que están construyendo el futuro, aunque con formas variables, según nos adaptamos a las nuevas realidades de la competencia estratégica.

Es posible organizar y aprovechar estos cambios para asegurar que Estados Unidos y las democracias asociadas retengan el liderazgo tecnológico. Pero las democracias deben aprender las lecciones de 2022, o el mundo no tendrá ocasión de elegir las plataformas que usará para construir el futuro.

Copyright: Project Syndicate, 2022.

www.project-syndicate.org

Fuente: El Espectador

No hay comentarios:

Publicar un comentario