domingo, 4 de julio de 2021

‘Si perdemos el celular, nos convertimos en ‘homeless’ ’

El antropólogo inglés Daniel Miller se dispone a brindar una entrevista por Zoom. Por motivos de seguridad informática de la prestigiosa institución donde trabaja (la University College de Londres), no puede acceder al link del encuentro y la comunicación se traslada al celular. Miller y La Nación se conectan a través de una videollamada. De un lado, una computadora; del otro, un smartphone.

 

Daniel Miller, antropólogo, dice que estos dispositivos se han
convertido en nuestro hogar portátil.



Precisamente, el celular fue el objeto de estudio de ‘The Anthropology of Smart-phones and Smart Ageing’ (Assa), una investigación reciente dirigida por Miller, la más amplia que se haya hecho hasta el momento sobre este dispositivo hoy convertido en una verdadera prótesis de los seres humanos. Fue un trabajo de 16 meses, con 11 investigadores en 9 países, que se propuso obtener una perspectiva holística, alejada de la premisa binaria de que un hecho es bueno o malo per se.

Miller acuñó la frase “muerte de la proximidad”, que a su entender se da cuando uno se abstrae de quienes lo rodean para sumergirse en la comunicación virtual. Al mismo tiempo, dice que el celular es nuestro hogar portátil. “Cuando alguien en un restaurante toma su teléfono y se aleja, se ha ido a su hogar”, afirma.

Las conclusiones del estudio se publicaron en el libro The Global Smartphone. Beyond a Youth Technology. Autor de 41 libros, además de antropólogo y arqueólogo, Miller estudia desde hace décadas las consecuencias que internet, las redes sociales (a través del proyecto Why We Post, Tales from Facebook y otros) y los celulares tienen en nuestras vidas, en nuestra propia conducta, en nuestro vínculo con los demás, y también, en una dimensión más amplia, cómo la política y los gobiernos se vinculan con los ciudadanos a través de esta tecnología. 

 

Una de las conclusiones de su reciente investigación es que el celular conduce a la “muerte de la proximidad”. ¿Podría explicar el concepto?

El ejemplo más obvio es que vas a un restaurante con tus amigos o con tu pareja y al cabo de diez minutos alguien saca el teléfono y es absorbido por él. Ya no está más allí. Se ha ido. Quizá se esté comunicando con otras personas, pero no con quienes están en la mesa. Esto es la “muerte de la proximidad”.

 Es algo que no ocurría antes y que tiene sus efectos y problemas. A veces no se aprecia realmente qué es un smartphone. El uso de esta tecnología como un teléfono es solo una parte pequeña de todo lo que permite realizar, y esto nos lleva a otro concepto. El celular es nuestro hogar portátil. No es exactamente una casa, pero con esta idea es más fácil entender la amplitud de sus posibilidades.

 Entonces, cuando alguien en un restaurante toma su teléfono y se aleja, si nos preguntáramos adónde se ha ido, se ha ido a su hogar. Y cuando perdemos el celular somos como homeless, porque en ellos, en el uso que les damos, expresamos nuestra personalidad, nuestros intereses y nuestros valores.

 

¿El concepto de “muerte por proximidad” conduce no solo a que nos alejemos del otro próximo, sino también a que seamos menos empáticos?

El teléfono y sus usos nos afectan en cientos de modos. Decimos: “Es terrible que una persona esté conectada a su teléfono cuando está en un restaurante con otros”. En ese sentido decimos que es antisocial, que afecta la interacción con las personas. Pero es probable que esa persona esté hablando con alguien.

El teléfono es un gran comunicador que expande las interacciones sociales. Crea un tiempo social diferente de otros. Y, en este caso, estar en contacto con alguien es siempre bueno; mientras que no estarlo no lo es.

Cuando estudiamos los smartphones siempre emergen contradicciones y dos ideas simultáneas, una buena y otra mala. La misma persona que se reconoce adicta a su teléfono admite también que se puede comunicar con más personas de su familia, por ejemplo.

 

Pareciera que cada vez mantenemos menos diálogos, en el sentido de que nos enviamos mensajes de voz o WhatsApp. ¿En qué modo nos perjudica o modifica este tipo de interacción?

Sé que voy a decir dos cosas que se oponen, pero es lo que ocurre. A veces es posible que cuando dos personas están juntas, bebiendo algo, tengan una buena conversación y que ese tipo de conversación no se pueda dar de otro modo. Nuestra experiencia con el confinamiento es que las personas extrañan los abrazos y la interacción cara a cara. Hablar por teléfono es insuficiente.

 Entonces es posible que sí, que estemos perdiendo algo de la lógica de la conversación. Pero te voy a dar otro ejemplo. El smartphone ha cambiado la propia naturaleza de la familia. En casi todos los países, en los últimos siglos, ha habido un cambio de la familia extensa a la nuclear.

Las personas antes vivían próximas a sus tíos, primos y abuelos y quizá, dentro de un mismo hogar. Esto ya no ocurre y, te reúnes con ellos en casamientos o en Navidad, donde las conversaciones suelen ser bastante formales, no muy naturales. Lo que ha pasado en los últimos años es que hay grupos de WhatsApp de las familias, con conversaciones espontáneas y naturales.

La familia grande está regresando a la comunicación gracias al smartphone. Y para las familias cuyos miembros están alejados geográficamente, es una solución. Por lo tanto, sí es cierto que se ha perdido algo de la lógica de la conversación cara a cara, pero también algo se ha ganado.

 

El antropólogo inglés Daniel Miller se dispone a brindar una entrevista por Zoom. Por motivos de seguridad informática de la prestigiosa institución donde trabaja (la University College de Londres), no puede acceder al link del encuentro y la comunicación se traslada al celular. Miller y La Nación se conectan a través de una videollamada. De un lado, una computadora; del otro, un smartphone.

Precisamente, el celular fue el objeto de estudio de ‘The Anthropology of Smart-phones and Smart Ageing’ (Assa), una investigación reciente dirigida por Miller, la más amplia que se haya hecho hasta el momento sobre este dispositivo hoy convertido en una verdadera prótesis de los seres humanos. Fue un trabajo de 16 meses, con 11 investigadores en 9 países, que se propuso obtener una perspectiva holística, alejada de la premisa binaria de que un hecho es bueno o malo per se.

Miller acuñó la frase “muerte de la proximidad”, que a su entender se da cuando uno se abstrae de quienes lo rodean para sumergirse en la comunicación virtual. Al mismo tiempo, dice que el celular es nuestro hogar portátil. “Cuando alguien en un restaurante toma su teléfono y se aleja, se ha ido a su hogar”, afirma.

Las conclusiones del estudio se publicaron en el libro The Global Smartphone. Beyond a Youth Technology. Autor de 41 libros, además de antropólogo y arqueólogo, Miller estudia desde hace décadas las consecuencias que internet, las redes sociales (a través del proyecto Why We Post, Tales from Facebook y otros) y los celulares tienen en nuestras vidas, en nuestra propia conducta, en nuestro vínculo con los demás, y también, en una dimensión más amplia, cómo la política y los gobiernos se vinculan con los ciudadanos a través de esta tecnología.

 

Una de las conclusiones de su reciente investigación es que el celular conduce a la “muerte de la proximidad”. ¿Podría explicar el concepto?

El ejemplo más obvio es que vas a un restaurante con tus amigos o con tu pareja y al cabo de diez minutos alguien saca el teléfono y es absorbido por él. Ya no está más allí. Se ha ido. Quizá se esté comunicando con otras personas, pero no con quienes están en la mesa. Esto es la “muerte de la proximidad”.

Es algo que no ocurría antes y que tiene sus efectos y problemas. A veces no se aprecia realmente qué es un smartphone. El uso de esta tecnología como un teléfono es solo una parte pequeña de todo lo que permite realizar, y esto nos lleva a otro concepto. El celular es nuestro hogar portátil. No es exactamente una casa, pero con esta idea es más fácil entender la amplitud de sus posibilidades.

Entonces, cuando alguien en un restaurante toma su teléfono y se aleja, si nos preguntáramos adónde se ha ido, se ha ido a su hogar. Y cuando perdemos el celular somos como homeless, porque en ellos, en el uso que les damos, expresamos nuestra personalidad, nuestros intereses y nuestros valores.

 

¿El concepto de “muerte por proximidad” conduce no solo a que nos alejemos del otro próximo, sino también a que seamos menos empáticos?

El teléfono y sus usos nos afectan en cientos de modos. Decimos: “Es terrible que una persona esté conectada a su teléfono cuando está en un restaurante con otros”. En ese sentido decimos que es antisocial, que afecta la interacción con las personas. Pero es probable que esa persona esté hablando con alguien.

El teléfono es un gran comunicador que expande las interacciones sociales. Crea un tiempo social diferente de otros. Y, en este caso, estar en contacto con alguien es siempre bueno; mientras que no estarlo no lo es.Cuando estudiamos los smartphones siempre emergen contradicciones y dos ideas simultáneas, una buena y otra mala. La misma persona que se reconoce adicta a su teléfono admite también que se puede comunicar con más personas de su familia, por ejemplo. 

 

Pareciera que cada vez mantenemos menos diálogos, en el sentido de que nos enviamos mensajes de voz o WhatsApp. ¿En qué modo nos perjudica o modifica este tipo de interacción?

Sé que voy a decir dos cosas que se oponen, pero es lo que ocurre. A veces es posible que cuando dos personas están juntas, bebiendo algo, tengan una buena conversación y que ese tipo de conversación no se pueda dar de otro modo. Nuestra experiencia con el confinamiento es que las personas extrañan los abrazos y la interacción cara a cara. Hablar por teléfono es insuficiente.

 Entonces es posible que sí, que estemos perdiendo algo de la lógica de la conversación. Pero te voy a dar otro ejemplo. El smartphone ha cambiado la propia naturaleza de la familia. En casi todos los países, en los últimos siglos, ha habido un cambio de la familia extensa a la nuclear.

Las personas antes vivían próximas a sus tíos, primos y abuelos y quizá, dentro de un mismo hogar. Esto ya no ocurre y, te reúnes con ellos en casamientos o en Navidad, donde las conversaciones suelen ser bastante formales, no muy naturales. Lo que ha pasado en los últimos años es que hay grupos de WhatsApp de las familias, con conversaciones espontáneas y naturales.


La familia grande está regresando a la comunicación gracias al smartphone. Y para las familias cuyos miembros están alejados geográficamente, es una solución. Por lo tanto, sí es cierto que se ha perdido algo de la lógica de la conversación cara a cara, pero también algo se ha ganado.


A diferencia de lo que se podría pensar, usted sostiene que las redes sociales no nos han hecho más individualistas ni narcisistas.

Es cierto que hace algunos años se decía que las redes sociales nos hacían más individualistas, pero si lo pensamos bien, el concepto de “red social” es precisamente algo que no suena individualista. El problema surge, creo, porque cuando se desarrollaron las redes sociales estaban destinadas a los jóvenes y ellos tienden a criticar a los otros jóvenes.

El antropólogo inglés Daniel Miller se dispone a brindar una entrevista por Zoom. Por motivos de seguridad informática de la prestigiosa institución donde trabaja (la University College de Londres), no puede acceder al link del encuentro y la comunicación se traslada al celular. Miller y La Nación se conectan a través de una videollamada. De un lado, una computadora; del otro, un smartphone.

Precisamente, el celular fue el objeto de estudio de ‘The Anthropology of Smart-phones and Smart Ageing’ (Assa), una investigación reciente dirigida por Miller, la más amplia que se haya hecho hasta el momento sobre este dispositivo hoy convertido en una verdadera prótesis de los seres humanos. Fue un trabajo de 16 meses, con 11 investigadores en 9 países, que se propuso obtener una perspectiva holística, alejada de la premisa binaria de que un hecho es bueno o malo per se.

Miller acuñó la frase “muerte de la proximidad”, que a su entender se da cuando uno se abstrae de quienes lo rodean para sumergirse en la comunicación virtual. Al mismo tiempo, dice que el celular es nuestro hogar portátil. “Cuando alguien en un restaurante toma su teléfono y se aleja, se ha ido a su hogar”, afirma.

Las conclusiones del estudio se publicaron en el libro The Global Smartphone. Beyond a Youth Technology. Autor de 41 libros, además de antropólogo y arqueólogo, Miller estudia desde hace décadas las consecuencias que internet, las redes sociales (a través del proyecto Why We Post, Tales from Facebook y otros) y los celulares tienen en nuestras vidas, en nuestra propia conducta, en nuestro vínculo con los demás, y también, en una dimensión más amplia, cómo la política y los gobiernos se vinculan con los ciudadanos a través de esta tecnología.

Una de las conclusiones de su reciente investigación es que el celular conduce a la “muerte de la proximidad”. ¿Podría explicar el concepto?

El ejemplo más obvio es que vas a un restaurante con tus amigos o con tu pareja y al cabo de diez minutos alguien saca el teléfono y es absorbido por él. Ya no está más allí. Se ha ido. Quizá se esté comunicando con otras personas, pero no con quienes están en la mesa. Esto es la “muerte de la proximidad”.

Es algo que no ocurría antes y que tiene sus efectos y problemas. A veces no se aprecia realmente qué es un smartphone. El uso de esta tecnología como un teléfono es solo una parte pequeña de todo lo que permite realizar, y esto nos lleva a otro concepto. El celular es nuestro hogar portátil. No es exactamente una casa, pero con esta idea es más fácil entender la amplitud de sus posibilidades.

Entonces, cuando alguien en un restaurante toma su teléfono y se aleja, si nos preguntáramos adónde se ha ido, se ha ido a su hogar. Y cuando perdemos el celular somos como homeless, porque en ellos, en el uso que les damos, expresamos nuestra personalidad, nuestros intereses y nuestros valores.

¿El concepto de “muerte por proximidad” conduce no solo a que nos alejemos del otro próximo, sino también a que seamos menos empáticos?

El teléfono y sus usos nos afectan en cientos de modos. Decimos: “Es terrible que una persona esté conectada a su teléfono cuando está en un restaurante con otros”. En ese sentido decimos que es antisocial, que afecta la interacción con las personas. Pero es probable que esa persona esté hablando con alguien.

El teléfono es un gran comunicador que expande las interacciones sociales. Crea un tiempo social diferente de otros. Y, en este caso, estar en contacto con alguien es siempre bueno; mientras que no estarlo no lo es.

Cuando estudiamos los smartphones siempre emergen contradicciones y dos ideas simultáneas, una buena y otra mala. La misma persona que se reconoce adicta a su teléfono admite también que se puede comunicar con más personas de su familia, por ejemplo.

 

Pareciera que cada vez mantenemos menos diálogos, en el sentido de que nos enviamos mensajes de voz o WhatsApp. ¿En qué modo nos perjudica o modifica este tipo de interacción?

Sé que voy a decir dos cosas que se oponen, pero es lo que ocurre. A veces es posible que cuando dos personas están juntas, bebiendo algo, tengan una buena conversación y que ese tipo de conversación no se pueda dar de otro modo. Nuestra experiencia con el confinamiento es que las personas extrañan los abrazos y la interacción cara a cara. Hablar por teléfono es insuficiente.

Entonces es posible que sí, que estemos perdiendo algo de la lógica de la conversación. Pero te voy a dar otro ejemplo. El smartphone ha cambiado la propia naturaleza de la familia. En casi todos los países, en los últimos siglos, ha habido un cambio de la familia extensa a la nuclear.

Las personas antes vivían próximas a sus tíos, primos y abuelos y quizá, dentro de un mismo hogar. Esto ya no ocurre y, te reúnes con ellos en casamientos o en Navidad, donde las conversaciones suelen ser bastante formales, no muy naturales. Lo que ha pasado en los últimos años es que hay grupos de WhatsApp de las familias, con conversaciones espontáneas y naturales.

La familia grande está regresando a la comunicación gracias al smartphone. Y para las familias cuyos miembros están alejados geográficamente, es una solución. Por lo tanto, sí es cierto que se ha perdido algo de la lógica de la conversación cara a cara, pero también algo se ha ganado.

 

A diferencia de lo que se podría pensar, usted sostiene que las redes sociales no nos han hecho más individualistas ni narcisistas.

Es cierto que hace algunos años se decía que las redes sociales nos hacían más individualistas, pero si lo pensamos bien, el concepto de “red social” es precisamente algo que no suena individualista. El problema surge, creo, porque cuando se desarrollaron las redes sociales estaban destinadas a los jóvenes y ellos tienden a criticar a los otros jóvenes. 

 

Mostramos lo que comemos, lo que hacen nuestros hijos, con quién nos reunimos, nuestros hogares. ¿Hemos perdido nuestra privacidad?

¿Quién ha perdido privacidad, cuando nadie antes sabía nada de lo que hacíamos? Nadie quiere estar solo ni aislado. Compartir lo que hacemos es parte de nuestra naturaleza. Muchas personas se frustran cuando a otros no les interesa aquello que comparten en sus redes sociales.

A todos les gusta que los demás se interesen en quiénes son. El problema más genuino de la privacidad es el hecho de que los gobiernos y las compañías están obteniendo información y que no tenemos control sobre eso. Este sí es un problema serio.

Hay que encontrar un balance entre dos conceptos: el cuidado y la vigilancia. El poder debería demostrar la utilidad de la información que recolecta. Con las recientes aplicaciones sobre el contacto estrecho ante casos de covid, por ejemplo, ¿estamos ante un caso de cuidado o de vigilancia?

Lo interesante es que cada país ha adoptado una actitud diferente ante estas acciones. En Corea del Sur consideran que claramente las autoridades lo hacen para salvar vidas. Pero en algunos lugares de Europa, o los republicanos en Estados Unidos, dirán que es vigilancia. El énfasis está puesto en la intromisión.

El resultado es muy variado en todo el mundo. Y esto es lo que estudiamos los antropólogos, es aquí donde nuestro trabajo importa y es muy útil, porque emerge el concepto de “diferencia cultural”, es decir, el hecho de que ante una misma tecnología hay efectos muy diferentes. 

 

Entiendo que hay diferencias culturales, pero ¿hay algún patrón entre los gobiernos populistas en términos de control tecnológico?

Los gobiernos siempre requieren de información de sus poblaciones. Y, en muchos casos, es algo legítimo. Por ejemplo, si te niegas a participar de un censo, los gobiernos pueden argumentar que sin esa información no pueden crear políticas sociales. Sin embargo, en el caso de la información que develó el extécnico de la CIA Edward Snowden, esta no tenía una relación directa con el diseño de políticas sociales y se considera una acción ilegítima.

Vuelvo al tema de balance. Los gobiernos necesitan de nuestra información, conocernos, y el público necesita cerciorarse de que cada vez que se obtenga información de sus vidas sea por un motivo justificado. Sí es cierto que hay gobiernos que están tomando información que no deberían, como también lo están haciendo grandes corporaciones.

 

Un actor central, los medios de comunicación, compite, en cierto sentido, con las redes sociales. ¿De qué modo este escenario daña las democracias?

Soy consciente de que aquí puede haber un problema, pero este no se encuentra en la naturaleza de los medios ni de las redes sociales, sino que se encuentra en la naturaleza de los negocios. Si lo pensamos en un nivel teórico, no hay una oposición entre los medios y las redes sociales (social media). Ambos son mecanismos que buscan recoger información.

Algunas corporaciones de medios, como la BBC, con el patrocinio del Gobierno, muy rápido intentaron colonizar los nuevos medios digitales. En términos generales, es bueno que las noticias estén disponibles todo el tiempo, ya sea directamente a través de su publicación en los diarios online o mediante su circulación en las redes. 

 

 Pero el problema, como usted insinuó, está en la sustentabilidad económica de los medios ante el poder que ostentan las grandes tecnológicas mediante la inmensa cantidad de datos que reúnen, y que les permite concentrar la mayor parte de la publicidad.

Efectivamente, el problema es quién paga por los medios y las noticias. Los diarios argumentan de modo correcto que este es un negocio caro y además los contenidos digitales tienden a ser gratis.

Si no tienes dinero para pagar por periodismo de investigación, claro que la democracia sufre, porque se pierde esta posibilidad. Los periodistas tienen razón al señalar que hasta que no descubramos nuevos modos de pagar por las noticias, la que sufre es la democracia. 

 

Las redes sociales, en especial Twitter, fomentan el odio. ¿Son un eco del odio que está instalado en la sociedad o lo potencian y amplifican?

La pregunta es de dónde viene el odio. Cuando estudias a niñas de 12, 13 o 14 años, vas a advertir que, lamentablemente, pueden ser muy desagradables entre ellas. Este bullying ocurría en el patio de la escuela y cuando los niños se iban a sus casas, desaparecía. El bullying ahora ocurre todo el tiempo. Antes no quedaba evidencia de ese odio en el patio del colegio.

Cuando hice mi primera investigación sobre internet, en Trinidad, advertí que había cosas horribles que ocurrían online. Y llegué a la conclusión de que las personas, en particular las que no eran escuchadas o eran subestimadas, no tenían dónde expresar estas ideas revulsivas, porque los medios no lo harían. No bien se desarrolló internet, se comenzaron a publicar online. 

 

¿Por qué los smartphones tienen tanta mala fama?

No podemos conducir sin el GPS, no podemos organizar nuestras vacaciones sin un smartphone, y si tenemos un síntoma extraño, pronto lo buscamos en Google. En lugar de especular, necesitábamos tener evidencia para estudiar sus alcances.

Se tiende a dar explicaciones simplistas cuando se trata de los teléfonos, y se subestima el modo como han colaborado, por ejemplo, para mejorar la salud. Hoy, los teléfonos están presentes en cada momento de nuestra vida y nos brindan múltiples oportunidades. 

 

 Fuente: El Tiempo - Tecnosfera

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