El mensaje de los transhumanistas es que, gracias a la ciencia y la tecnología, podemos convertirnos en criaturas muy superiores a los humanos actuales y vivir para siempre.
Es posible que no haya oído nunca la palabra “transhumanismo”, pero probablemente ha visto algo muy relacionado: la serie de televisión Black mirror. El mensaje de los transhumanistas es que, gracias a la ciencia y la tecnología, podemos convertirnos en criaturas muy superiores a los humanos actuales y vivir para siempre.
Es difícil acotar el ámbito del transhumanismo, ya que abarca multitud de cosas. Todas ellas tienen en común una confianza inveterada en la ciencia, particularmente en la biotecnología, la informática y la nanotecnología y un curioso imperativo moral: “Si se puede, se debe”. Es posible hacer un resumen no exhaustivo de las actividades de este movimiento dividiéndolas en tres grupos: las puramente biológicas, las que implican la fusión humano-máquina y las que son exclusivamente tecnológicas.
En el primer grupo destaca la idea de la inmortalidad, o al menos, de la expansión de la esperanza de vida a siglos o milenios. En la actualidad no existe una teoría completa sobre el proceso de envejecimiento, aunque sí líneas de investigación muy interesantes, como es el papel de la telomerasa. Por ahora, la medicina moderna solo puede poner “parches”, que han prolongado la esperanza de vida, pero no han suprimido los achaques de la edad. No menos importante es la idea del “mejoramiento humano”, ya sea de forma heredable, para crear super razas, o de forma no heredable, para crear superindividuos. La modificación genética en humanos es posible mediante la técnica conocida como CRISPR, que ya fue empleada por el científico chino He Jiankui en 2018 causando una monumental polémica que, a la postre, le llevó a la cárcel. Los peligros de esta técnica han sido magistralmente descritos por el biólogo español Luis Montoliú en su libro Editando genes….
La mejora de las capacidades humanas también puede
conseguirse de forma no heredable mediante el uso de fármacos. Esto está siendo
investigado en el ámbito militar con el objetivo de incrementar la resistencia
en combate de los soldados. Fármacos como el Modafinil, pueden aumentar la
capacidad cognitiva; así mismo, el Prozac y otros antidepresivos se han
empleado en personas clínicamente sanas, pero que desean modificar su
personalidad por vía farmacológica. Tratamientos con la hormona del crecimiento
en niños y jóvenes se usan para conseguir una mayor estatura en personas dentro
del intervalo normal.
“El
sueño definitivo de los transhumanistas es la “emulación cerebral”, lo que
permitiría trasladar una mente humana completa a un sustrato no vivo y
potencialmente inmortal”
El segundo grupo incluiría los cíborgs, híbridos humano-máquina. Algunos casos, como el uso de prótesis inteligentes o los implantes cocleares, que permiten recuperar la audición, son poco controvertidos. Sin embargo otros presentan problemas, como el de Ted Huffman, un neurocientífico transhumanista que se hizo implantar una minúscula brújula en el dedo índice, a modo de experimento. Esto le permitió percibir directamente campos magnéticos, pero al cabo de unas semanas tuvo que quitársela por problemas de toxicidad. Sin duda, el sueño definitivo de los transhumanistas es la “emulación cerebral”, lo que permitiría trasladar una mente humana completa a un sustrato no vivo y potencialmente inmortal. Esto requeriría un escaneo completo del cerebro para identificar todas sus conexiones neuronales y su réplica in silico, para lo cual no existe aún la tecnología ni el conocimiento neurológico. Incluso si fuera posible, no sabemos si el sujeto sometido a esta práctica tendría una sensación subjetiva de continuidad.
El tercer grupo de avances consistiría en la creación de una superinteligencia artificial que tuviera las características de una mente humana (agencia, cognición, ética), pero increíblemente aumentadas. Algunos autores creen que el incremento de la capacidad de computación de los ordenadores llevará de forma inevitable y espontánea a la creación de este superente, lo que se ha denominado la “Singularidad Tecnológica”. En cierto modo, se trata de una especie de religión vuelta al revés: Dios no nos ha creado, pero el objetivo de la humanidad sería crear a un ser parecido a Dios.
Lógicamente, todos estos avances, reales o imaginarios, plantean formidables dilemas éticos, como han puesto de manifiesto algunos filósofos bioconservadores. En 2002, Francis Fukuyama escribió el libro Nuestro futuro posthumano contra la ingeniería genética y el uso de fármacos que alteran la personalidad. Más recientemente, el filósofo Michael Sandel hizo un alegato similar, aunque mejor sustentado (en mi opinión), en su libro Contra la perfección. Las críticas se centran en dos puntos: en primer lugar, la acusación de jugar a aprendices de brujo. No cabe duda de que tanto el genoma como el cerebro humano son sistemas complejos y nuestro conocimiento no es suficiente aún para trampear con ellos. La segunda se basa en que estos avances podrían aumentar las desigualdades sociales. Si la inmortalidad o la eterna juventud fueran posibles, seguramente estarían solo al alcance de los afortunados de la lista Forbes, por lo menos al principio. El contraargumento es que los mismos avances podrían emplearse para disminuir la desigualdad; cosa ciertamente posible, aunque el sentido común nos dice que bastante improbable.
Los bioconservadores enfatizan que existe una delgada línea roja entre la terapia y la mejora. Una tecnología que puede ayudar a los pacientes de distrofia muscular también podría emplearse para mejorar las marcas de un atleta. Así mismo, se ha argumentado que muchas de las supuestas mejoras son ventajas solo en relación a los demás: la estatura es una ventaja, pero si todo el mundo fuera más alto dejaría de serlo y la humanidad necesitaría más calorías para alimentarse.
El filósofo sueco Nick Bostrom, uno de los mayores estudiosos del tema, insiste en que el debate sobre las posibles consecuencias éticas de estos asuntos es urgente y debe producirse antes de que las posturas se encuadren en el esquema habitual izquierda/derecha y se enquiste para siempre. Hay cuestiones que están a la vuelta de la esquina, como la edición de genes, y otras que van para largo; las probabilidades de que la criogenización tenga éxito son tan remotas que podríamos considerarla como una forma sofisticada de enterramiento. Con seguridad, la aproximación correcta es ir caso a caso, analizando los posibles beneficios e inconvenientes de cada avance tecnológico para decidir si lo queremos o no y si debe estar regulado o no.
No está claro si el transhumanismo es un movimiento filosófico, político, una secta o un grupo de amigos que se reúnen para hablar de ciencia-ficción; probablemente tiene un poco de todo, pero sin duda, es importante hablar de ello antes de que los avances se nos echen encima.
Fuente: El País
Pablo Rodríguez Palenzuela es catedrático de Biología Molecular en la Universidad Politécnica de Madrid
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